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giovedì 24 settembre 2015

El Papa urge en Estados Unidos a una nueva evangelización


Pablo Ordaz Washington 24 SEP 2015 - 03:29 CEST

Por la mañana, ante Barack Obama, el papa Francisco intercedió por los inmigrantes; a mediodía, frente a los obispos de EE UU, ordenó a la Iglesia –“ninguna institución hace más por los inmigrantes”— que los siga acogiendo sin miedo; y, por la tarde, canonizó a Fray Junípero Serra, un mallorquín que evangelizó los territorios prácticamente inexplorados de California en la segunda mitad del siglo XVIII.
Para Jorge Mario Bergoglio, el fraile reúne dos cualidades suficientes para ascender a los altares. Por un lado, “buscó defender la dignidad de la comunidad nativa protegiéndola de cuantos la habían abusado” y, por otra, divulgó la fe en Cristo sin conocer el desaliento: “Su lema era siempre adelante”. Se podría decir que hay otra causa –ésta sí ajena a la vida y milagros del fraile mallorquín—que convierte en muy oportuna su canonización, a pesar de las protestas de grupos indigenistas. El que algunos ya consideran “el primer inmigrante mexicano” –porque vivió más de una década en México antes de llegar a California—, será también a partir de ahora el primer santo de la comunidad hispana de EE UU. Y eso, a Francisco en particular y a la Iglesia en general, le viene de perlas para intentar frenar el avance de las iglesias evangélicas.
Durante la ceremonia de canonización, y refiriéndose al fraile mallorquín, el Papa volvió a decir que quiere “una Iglesia en salida, una Iglesia que sepa salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Jesucristo”. Esto es importante por cuanto, ante Obama, ante los obispos y durante la misa de canonización, Bergoglio aprovechó sus minutos de oro en todas las televisiones –la visita ha despertado en EE UU una expectación enorme para suavizar la imagen de una Iglesia que, en comparación con las evangelistas, se percibe como más rígida y más lejana.
Aunque les dijo expresamente que no venía a darles lecciones, Francisco dejó claro que no quiere obispos repantigados en el sofá, atados a convicciones inamovibles, lejanos de los que son distintos. “Es muy importante que la Iglesia en los Estados Unidos sea también un hogar humilde que atraiga a los hombres por el encanto de la luz y el calor del amor”, y añadió: “No caigan en la tentación de convertirse en notarios y burócratas. Estén atentos, no se cansen de levantarse para responder a quien llama de noche, aun cuando ya crean tener derecho al descanso. Solamente una Iglesia que sepa reunir en torno al «fuego» es capaz de atraer. Vayan al cruce de los caminos, vayan… a anunciar sin miedo, sin prejuicios, sin superioridad, sin purismos a todo aquel que ha perdido la alegría de vivir, vayan a anunciar el abrazo misericordioso del Padre”.
Para facilitarles el camino, el Papa aprovechó su primera jornada en Estados Unidos –por la mañana, a mediodía, por la tarde— para enarbolar la bandera de los derechos de los inmigrantes. No solo se presentó ante Obama como “hijo de inmigrantes” y reconoció por tanto que sus palabras eran casi “en causa propia”, sino que su servicio de seguridad permitió que una niña indígena de origen mexicano, Sophie Cruz, de cinco años, alcanzara el papamóvil y le entregara una carta en defensa de los inmigrantes

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